Casa Quien

La Casa está adentro

Casa Quien
La Casa está adentro

Texto por Fery Cordero Bello
Portada por Nana Báez

Si cierro los ojos y los aprieto con la fuerza que otorga la nostalgia puedo transportarme al primer día que fui a Casa Quién. Puedo revivir en mi piel la efervescencia que sentí.

Fue a finales del 2015, acababa de salir del colegio y cursaba mi primer semestre de la universidad. Unos amigos me contaron que en una galería nueva en la Ciudad Colonial se inauguraba una exposición erótica titulada X, con artistas desconocidos para mí, en un lugar también desconocido y que era obligatorio que fuéramos, porque todo el mundo iba a estar ahí. Recuerdo que me pregunté a qué se referían con todo el mundo, especialmente porque era como un recién nacido en esto de la escena cultural de Santo Domingo.

Al llegar, entendí a lo que se referían mis amigos: la multitud de personas rebosaba el espacio del local y la calle parecía ser una extensión de Casa Quién. Muchas caras desconocidas pero, definitivamente, era gente interesante; otros rostros conocidos y amados me sorprendieron con su presencia. Al entrar, sentí una corriente eléctrica que me hizo estremecer; la energía que ahí se estaba generando era palpable, solo hacía falta extender tu mano para tocarla. Si cierro los ojos y me concentro, puedo escuchar el murmullo de todas esas voces que crean una melodía caótica e inesperada, como cigarras en un bosque al filo de la medianoche.

Bajo un techo alto como el pico de una cascada y un patio frondoso que giraba alrededor de una fuente llena de trinitarias, toda una generación de seres talentosos y atrevidos, con una punzante necesidad de crear, compartir y concertar. Cada cara que veía me era desconocida pero familiar, como si supiera de antemano que pronto se generaría una complicidad entre nosotros. Nadie estaba fuera de tu alcance, todos íbamos en la misma canoa, arrastrados por una corriente que aún no sabemos nombrar.

Para ese momento yo todavía no tenía un mundo, o al menos no uno de mi propia creación, y estaba deseoso por descubrir cómo sería, quiénes lo habitarían, cuáles ideas flotarían en su atmósfera y que sensaciones brotarían de su tierra. Podría decirse que Casa Quien fue mi Big Bang: una explosión que creó alrededor de mí una constelación inmensurable de vínculos, de nuevos intereses, de formas de acercarme a la vida y, por consiguiente, al arte. Y sé que soy uno entre muchos que comparten ese sentimiento.

Esa inmensa casa, de largas y numerosas paredes blanco hueso estaba siempre vestida con la obra, las inquietudes, los sueños y las ansiedades, de toda una generación de artistas emergentes y establecidos dominicanos, de la diáspora, de otros territorios del Caribe y más allá. La apertura a las múltiples formas de creación, a búsquedas estéticas y de sentido, a la diversidad de puntos de vista y lugares de enunciación hacían de Casa Quién también un lugar para reflexionar sobre el aquí y ahora, sobre la memoria y lo que se nos escapa, sobre los cuerpos que poseemos y cómo estos se relacionan entre sí, con la materia, la emoción y la forma.

En Casa Quién pude entender que aquellos sentimientos que me sobrecogían y pensamientos que me inquietaban no era solamente vaina mía, sino algo compartido por toda una generación. Que la desesperanza ante una situación tan inhóspita como la insularidad caribeña no era otra cosa que una ardiente esperanza esperando un soplo que la hiciera crecer, mutar, y convertirse en llamarada. Además, son cuestiones que viajan como una flecha desde el pasado hasta nosotros, porque una de las cosas que agradezco mucho de Casa Quién, es haberse convertido en un punto de encuentro entre diferentes generaciones que se retroalimentaban unas a las otras y comprender, de cierta manera, que la existencia es como la espiral que trazas cuando bailas salsa todo se repite con una ligera diferencia, de acuerdo al ritmo de los bailarines.

A lo largo de los años de mi joven adultez, Casa Quién fue un eje en el que mi vida oscilaba. Cada jueves que abría una exposición era como asistir a una misa, recibiendo la eucaristía en el Colmado Los Muchachos –los mejores vecinos que una galería de arte puede tener– en forma de un cigarrillo y una cerveza. Más que una galería, y fiel a su característica expansiva y trasversal, Casa Quién fue una excelente pista de baile, donde se bailó hasta transpirar el peso del Mar Caribe en sudor; también fue venue de conciertos íntimos, donde, específicamente en uno, besé a un enamorado hasta que me dolieron los labios.

Nunca faltaban ocurrencias en Casa Quién; muchas visitas guiadas para poder adentrarse en el punto de vista de los artistas y entablar conversación; los drink and draws de los sábados; las cocinas curadas con invitados que hacían con los ingredientes de nuestra isla platos desconocidos pero fascinantes; ferias del libro independientes que conectaban diversas editoriales de la región; recitales de poesía, spoken word y performance, entre otras más. Como esto lo escribo desde la memoria, se me hace imposible desglosar todo, pero sé que cuerpo lo tiene todo almacenado.

Durante el 2020, debido a la pandemia y una necesidad de repensar el proyecto, Casa Quién cerró sus puertas y así se han mantenido. Muchos quedamos a la expectativa de una reapertura, pero poco a poco entendimos que esto no sucedería, al menos no como antes, que las cosas inevitablemente cambiarían.

Sin embargo, seguirá viva porque en definitiva, Casa Quién es mucho más que un espacio, mucho más que una casa con una limpia fachada. Es un ser que vive, camina y respira; que tiene carne, hueso, siente placer y miedo. Que baila, crea y se destruye así mismo en el proceso. Casa Quién no es ningún espectro ni ningún fantasma.

Casa Quién está dentro de todos los que la vivimos.