Samuel Caraballo

Un retrato ya es un paisaje: sobre la muestra y fanzine de Samuel Caraballo

Samuel Caraballo
Un retrato ya es un paisaje: sobre la muestra y fanzine de Samuel Caraballo

Un retrato ya es un paisaje: sobre la muestra y fanzine de Samuel Caraballo

por Fery Cordero Bello

imágenes por Daniel Duran


Samuel Caraballo (Santo Domingo, 1999), mi buen amigo, tiene una forma muy propia de moverse por el mundo: desde la cercanía necesaria para ser cautivado por él, pero con la distancia suficiente para enmarcarlo en imágenes y sonidos. Tal vez sea algo que desarrolló desde la adolescencia, a través de las pérdidas y desencuentros, el vivir con esa urgencia de documentar lo efímero antes de que se evapore. O tal vez haya sido perder el VHS de un cumpleaños de su infancia. De cualquier forma, mirar con atención —y guardar— se convirtió para él en un gesto vital.

Como buen muchacho nacido al filo del 2000, desde carajito está bregando con computadoras, guitarras, cámaras, programas de edición y diseño. Samuel entendió muy temprano que las imágenes —tanto visuales como sonoras— serían la materia prima de su creación, y que al manipularlas, sería capaz de incidir en el pasado para reconfigurar su presente. Como fotógrafo, músico y cineasta, ha ido armando un lenguaje propio, donde la impermanencia y volatilidad de lo que rodea son un eje fundamental.

Este fanzine y la selección de fotografías las interpreto como el lado B de su cortometraje Pienso mucho en la foto que no tomé (2022). En esa pieza, Samuel utiliza el cine como un espacio lúdico y poético para recorrerse a sí mismo, los espacios que transita constantemente en Santo Domingo, las fugas al interior del país y quienes forman parte de esas experiencias: los rostros, los cuerpos, los paisajes, los garabatos que componían, en ese momento, la geografía de sus afectos. Su forma de escuchar las imágenes, de montarlas y cortarlas —con la distancia de Peleshian, la sensibilidad de Chris Marker y un énfasis en el gesto, tanto del cuerpo como de la luz, la lluvia y el viento— crea su propia lógica de la memoria.

Hay un sentimiento, o una idea, que lo atraviesa:la memoria está en peligro de extinción, así que cada momento que podamos registrar de lo que aún tenemos, es un objeto precioso. A diferencia del cortometraje, en el fanzine impreso por Jaime Moreno de Ambi.press y producido por Pardo, puedo tocar estas imágenes, entender que ocupan un espacio físico, sostenerlas, sentir su peso, físico y emocional.

Para Samuel, las imágenes pesan.

Es difícil trazar una línea clara, en este fanzine, entre lo que es paisaje y lo que es retrato. ¿No es acaso el relieve en el rostro de Eduardo Ceballos —cineasta, amigo y colaborador de Samuel— tan sugerente como una cordillera? ¿No parece, en su gesto detenido, que estamos frente a una montaña que nos mira de frente? Y las fotografías del Malecón de Santo Domingo, ¿no podrían ser el retrato de una breve tranquilidad del mar, de ese instante en que el agua, por un segundo, parece reconocerse a sí misma? Samuel no retrata para explicar, sino para habitar. Y en ese gesto —tan íntimo, tan necesario —nos invita también a nosotros a quedarnos un rato más, a mirar con él aquello que no volvera.. Porque a veces, un retrato ya es un paisaje, y viceversa.