De fututos, cayucos y chichiguas: rutas de huida y artefactos para viajar

De fututos, cayucos y chichiguas: rutas de huida y artefactos para viajar

Texto por Yina Jiménez Suriel Publicado el 25 de junio de 2020 en Terremoto

https://terremoto.mx/en/revista/de-fututos-cayucos-y-chichiguas-rutas-de-huida-y-artefactos-para-viajar/


Desde la activación de la memoria ancestral del Caribe contenida en sus artefactos, la curadora Yina Jiménez Suriel propone una reapropiación del viaje y la huida, frente al orden colonial, como otras formas de hacer mundo para la supervivencia.


Deborah Anzinger, An Unlikely Birth, 2018. Acrílco, pelo sintético y poliestireno sobre tela; 80 x 131 pulgadas. Vista de instalación de la exposición titulada An Unlikely Birth, curada por Daniella Rose-King. Fotografía por Constance Mensh. Imagen cortesía de la artista


19°27′26.13″N 70°41′19.68″W

El fututo es un artefacto que produce sonoridades. Es un instrumento de viento cuyo origen es el mar. El mar Caribe es pasadizo y portal. Un pasadizo es el trayecto que desde lo clandestino conduce a la resistencia. El portal, en cambio, es un dispositivo mágico para huir… para viajar. Así, ambos términos, pasadizo y portal, operan en la resistencia y la alianza. La resistencia y la alianza tienen sus propias formas sonoras en el fututo.

La resistencia suena:

Fufí fí fí fufifi fufifi fí fufifi. fii fufifi fufúuuuu fofuuuuuuu fouuuuuufofuuuu fooofufooofofó fofufofó fofofó fofouu… fofofó fofuuu fofofuuuu fufúuuuuu

La alianza suena:

Fo fi fu fá, fo fi fu fuán, fo fi fu fuán. Fo fi fu fuán. Fo fi fu fuán. Fo fi fu fuán. Fo fi fufú fuán. Fo fo fuán. Fofofofó fuán. Fo fofofó fuán.   Fofofofó fuán. Fueeeefúan fueeee, fuánfueeefuán fueefuán fufufufú fuán fuefufufú fuán fue tufofó fuán fue fufufofó fuán… fueee fuán fuee fuán fuee fuán… fueee fuán fueee fuán fuefueee fuán fufuee fuán fufufo fuán fufufofó fuán fufufo fuán fufufofo fuán fofufufo fuán.

La cordillera submarina, que llamamos Sierra de Bahoruco en República Dominicana y Massif de la Hotte, Massif de la Selle en Haití, conoce esa banda sonora muy bien. Muchos de los senderos de huida en la isla conducen a su selva. Desde ella, por mucho tiempo, se escuchó el llamado a la resistencia. Y aún resuena, seguro que resuena, y podría ser amplificado por nuestros propios cuerpos si habitamos la escucha activa.

El fututo es un artefacto para la experiencia cimarrona que ha sido utilizado tanto por las comunidades originarias[1] como por las Africanas esclavizadas, y luego por quienes les sobrevivimos. Sus sonoridades viajaron a lo largo de toda la región gracias a la circularidad propia del Caribe en esos tiempos. Hoy pocas saben tocar el fututo, pero desde él y sus registros estamos construyendo otros artefactos para la resistencia y la alianza que se suscitan en el porvenir para crear otras ficciones posibles.

Johan Mijail, Manifiesto Antiracista: escrituras para una biografía inmigrante(Santiago de Chile: Los libros de la Mujer Rota, 2018), p. 89


19°04′N 69°23′O

En el Caribe, viajar ha sido una estrategia para asegurar la propia supervivencia. Así fue en tiempos de las comunidades originarias. Algunas investigaciones han demostrado que, en esos periodos, la circulación entre las islas y las tierras continentales era total, es decir, el mar se constituía en extensión de los territorios. Pero hay un quiebre en la significación de la acción viajar cuando inicia el proceso de colonización en la región y la interacción con la geografía y entre las comunidades es redefinida por los intereses económicos de los países colonizadores. Restringir el acceso de la población al mar fue la forma para mantener la supervivencia del entramado colonial y su posterior mutación a través de los distintos modos de gobernanza que hoy coexisten. Viajar, desde finales del siglo XV, ha estado vinculado al colonialismo y desde entonces huir ha desplazado y resignificado dicha acción; en este archipiélago, las comunidades originarias y Africanas esclavizadas encontraron en la huida el camino a la propia supervivencia.

De la huida surgen los manieles, las comunidades de resistencia donde convivían ambas poblaciones en las zonas montañosas. El establecimiento de estas colectividades fue producto de un viaje imaginario en el que procuraron, de sus ancestras, los medios que les permitieron la afirmación de sus identidades y la construcción y reproducción social de sus modos de hacer. Así mismo, en República Dominicana, alrededor de los ingenios azucareros de Boca de Nigua, Engombe y otros tantos, hay muchos senderos que se dirigen hacia las montañas más cercanas, para desde allí empezar el viaje hacia la Sierra de Bahoruco. También hay otros tantos que unen a Cabo Haitiano con Los Mina en Santo Domingo.

Madeline Jiménez Santil, Retícula secuencialmente monstruosa, 2018. Grafito, encáustico, foamy, imprimatura de creta y lino sobre bastidor rígido; 40 x 40 x 7cm. Imagen cortesía de Neri Barranco

Nos merecemos volver a habitar el significado del viaje y conciliar con la huida si nos proponemos reactivar o generar nuevas formas de resistencia a las actuales dinámicas en el Caribe. Quizás por ello durante las visitas a Sabana de la Mar hace justamente un año, cuando los artistas Engel Leonardo, Diego de la Cruz Gaitán y Gabriel Maldonado Andreu, del colectivo MAOF, construían un cayuco junto a Epifanio Cancú y Federico Rodríguez como parte de su proyecto de investigación en relación a la circularidad en la región; mis reflexiones siempre coincidían, de una forma u otra, con pensar (desde) el viaje no por la acción per se, sino más bien por sus principales componentes: la conciencia de lo efímero, la errancia, el traficar saberes y gestionar vínculos, y cómo estos cuatro factores pueden ofrecer una posible metodología y estrategia para operar. Ahora vuelvo a esos apuntes en medio de las actuales circunstancias donde las fronteras —instrumento simbólico clave en la supervivencia del sistema colonial— se reafirman a través del control de las interacciones con fines de control pandémico. ¿De qué forma las actuales medidas necropolíticas han resignificado los movimientos del viaje y la huida? ¿La configuración actual de las fronteras cambia alguna condición del viaje y la huida como acciones de resistencia y alianza, para la propia supervivencia de las personas?

La conciencia de lo efímero es lo que hace que un desplazamiento se constituya en viaje. No eres un viaje, estás en un viaje; es un movimiento finito definido por el tiempo. La conciencia de lo efímero produce una sintonización particular entre la situación y el momento, y genera una relación recíproca. Esto es distinto a la conciencia de lo temporal en el campo de los modos de producción, donde la relación es unilateral y de abuso. Cuando dicha relación unilateral deja de ser “funcional”, provoca el desplazamiento de lx explotadorx hacia otro lugar, repitiendo incansablemente esta dinámica hasta el desgaste.

La errancia, por su parte, es la instauración de la duda esencial, saberse fuera de los marcos convencionales de funcionar, descartar lo seguro y apostar por formas distintas de hacer y operar. Errar es el acto de pensar el recorrido que hacemos mientras reflexionamos; desechar caminos rectilíneos y creer en los curvos. Está en el sentido opuesto al concepto de productividad del sistema socioeconómico en que vivimos, confía en nuevas lógicas desarrolladas a partir de lo considerado improductivo. La errancia es una apuesta por la experiencia, por el hacer-haciendo, por la andanza sin objetivo aparente.

Fotografía tomada durante la construcción del cayuco en Sabana de la Mar. Imagen cortesía de la autora

El tercer factor, traficar saberes, se refiere a nuestro accionar consciente o inconsciente al pensar y reflexionar a escala y en los propios términos de la experiencia vivida, pero fuera del radar del colonialismo, sin que esas ideas sean filtradas por el entramado neoliberal. Con ello, no se pretende encontrar cosas mejores, sino observar y asumirse repositorio de saberes colectivos. En este tipo de tráfico, la oralidad es fundamental, a través de ella se transmiten saberes del entorno sociocultural inmediato devenido en una memoria histórica colectiva. Quizás lo particular de la oralidad frente a la escritura es precisamente que la primera se estimula y ocurre en simultáneo con otras acciones, mientras escribir exige hacer únicamente esa actividad. Por ejemplo, es muy difícil remar y escribir al mismo tiempo.

El último domingo en Sabana de la Mar, navegamos. La principal reflexión de esa experiencia fue que, para concretar el viaje en el cayuco, como en el mar, es necesaria no una, sino todas las fuerzas de un cuerpo común. El movimiento de una impacta en la estabilidad y, por ende, en las posibilidades de naufragio. En un viaje pensamos con y en la otra persona: se gestionan vínculos en unas lógicas de relaciones que exigen mutuo (re)conocimiento. Este concepto contempla también formas de hacer, de ahí su cercanía con el traficar saberes y la errancia. En la región del Caribe, con unas realidades socioeconómicas singulares, no necesariamente debemos pensar bajo lógicas de la academia occidental, donde el conocimiento está compartimentado para su explotación. Nuestro contexto exige pensarse distinto y producir conocimiento desde lo relacional, a partir de las multiplicidades interconectadas del ser, el saber y el valer, como planteaba Edouard Glissant.


19°07′17″ N 70°17′58″ O

Durante mi infancia hice algunas chichiguas,[2] hace unos días hablaba con un amigo sobre ellas y de esa conversación quiero extraer unos apuntes aleatorios para hacer y volar chichiguas:

– La chichigua como artefacto se constituye en una extensión de la persona que la está volando.

– Una chichigua no está diseñada para tocar la tierra. Se construye en el suelo, pero donde hace vida es en el cielo.

– El pendón es un material perfecto para las chichiguas. El mejor lugar para encontrarlos, es en la orilla de los ríos, pulido por el agua.

– Las varillas de la penca de palma cocotera suelen funcionar para chichiguas pequeñas. Si la penca está un poco verdosa, las varillas serán más flexibles.

– Necesitas tres palitos del mismo tamaño. Dos de ellos se unen formando una equis (x) y el tercero se coloca de forma horizontal encima de los otros, esto último define automáticamente la parte “frontal” de la chichigua que curiosamente es la que siempre estará mirando hacia la tierra.

– Los frenillos son el portal de conexión entre la estructura de la chichigua y el bollo de hilo para volarla.

Maurice Sánchez, Palmeras, 2001. Fotografía analógica 35mm. Imagen cortesía del artista

– Tienes dos formas para comunicarte con la chichigua: la escucha y la observación.

– La chichigua puede tener tres tipos de registros sonoros de acuerdo con el elemento que se le coloque: si no tiene aletas emite una vibración, una que tenga aletas emite un sonido de golpe en el aire, cuando tiene un abejón, genera un zumbido.

– El hilo es el canal de comunicación del que está en tierra y lo que está en el cielo. Une y separa a la vez.

– Se le puede mandar un mensaje a la chichigua a través de un pedazo de papel. Para hacer eso deberás desenrollar completamente el bollo de hilo y hacerle un pequeño orificio al papelito con el mensaje que quieras enviarle, la vibración se encargará de subirlo.

– El vuelo de chichigua se produce por el choque de la brisa con el artefacto.

– Soltar hilo y halar, soltar hilo y halar, soltar hilo y halar, soltar hilo y halar.

– Si estás volando chichigua en el valle del Cibao, la ruta de huida de la chichigua al momento de romper el hilo será hacia la Cordillera Septentrional, lugar de muchas comunidades cimarronas, de muchos manieles. Quiero pensar que, si las comunidades cimarronas se establecieron fruto de la imaginación, entonces nosotras, de muchas maneras, vivimos en la imaginación de nuestras ancestras. Y como vivimos en ella, sabremos encontrar la forma de tocar el fututo para encontrarnos.

El fututo es un artefacto que produce sonoridades. Es un instrumento de viento cuyo origen es el mar. El mar Caribe es pasadizo y portal.

Johan Mijail, Manifiesto Antiracista: escrituras para una biografía inmigrante (Santiago de Chile: Los libros de la Mujer Rota, 2018), p. 45


Gracias a Ricardo Ariel Toribio, Johan Mijail y Felipe Rosa por pensar conmigo.